miércoles, 14 de julio de 2010

SKARGARD, EL DRAGÓN CUENTA CUENTOS



Más allá del país del Tiempo Infinito se levantan majestuosas las montañas de la luna. Se llaman así porqué sus picos más altos parecen acariciar el borde de la luna azul. Mi nacimiento se produjo en el pico más alto de todos, una noche cuando mi madre me dio a luz iluminada por esa luna enorme que parecía guiarla en su trance.
Me llamaron Skargard en honor a mi antepasado, uno de los más fieros dragones que jamás existiera en nuestro mundo.
Hubo un tiempo en que los hombres y los dragones vivían en paz, pero, la ambición de poder de algunos hizo que entráramos en una cruel guerra que estaba destruyendo ambos pueblos.
Crecí entre traiciones, batallas y muerte, siempre en mis montañas amadas, de las que solo salía para hacer incursiones en el bando enemigo.
Volaba con mis hermanos, entre altos picos y verdes valles que se volvían negros tras el paso de nuestras lenguas de fuego. Muchos de ellos murieron abatidos por las armas humanas, pero algunos otros fuimos quedando y cada vez se me hacía más difícil aniquilar a aquella gente que en otro tiempo había sido nuestra amiga.
Fue en una de mis últimas batallas que encontré un joven herido al que uno de mis compañeros iba a dar muerte. Tal valentía mostraba aquel muchacho al enfrentarse al enemigo, que algo dentro de mi despertó y me cambió para siempre. Sin pensarlo dos veces, me lancé a defenderlo enfrentando a mi propio hermano y finalmente logré salvarle la vida. Un leve movimiento de cabeza y una mano en el corazón fue su agradecimiento, pero en la pureza de su mirada pude ver que era sincero.
Tras aquel incidente la vida siguió durante algún tiempo de la misma manera, más traición, más guerra y más muerte.
Hasta que un día, traicionado por uno de los míos, caí en una emboscada. Un grupo de hombres armados me alcanzó y fui gravemente herido. Los hombres se acercaron para darme muerte, y yo queriendo morir con honor, hice una leve reverencia con la cabeza, expuse mi corazón a sus lanzas y miré a los ojos al que parecía su jefe.
En ese momento, el hombre dio la orden de alto, y volviéndose hacia mi me dijo:
- ¿No me reconoces dragón?
Fue entonces, cuando volví a mirar fijamente la profundidad azul de sus ojos, que reconocí en ellos los de aquel muchacho al que un día tiempo atrás salvé la vida. Incliné mi cabeza en una leve reverencia y me llevé una garra al corazón, exactamente como él había hecho tiempo atrás.
- Amigos, escuchadme todos, por que os he de explicar el porqué yo no puedo permitir que nadie haga daño a este dragón.
El resto de los hombres se revolvían nerviosos, mientras les explicaba como le había salvado la vida y cómo el se sentía en deuda conmigo. Cuando acabó los hombres deliberaron durante un rato, hasta que decidieron respetar mi vida con una sola condición, que les ayudara a finalizar tantos años de guerra influyendo en mi propia gente.
Acepté sus condiciones, pues yo también estaba cansado y harto de esta guerra, que como todas las guerras no nos conducía a ningún sitio, y sólo nos traía destrucción y dolor a ambos bandos. Entonces me llevaron a una cueva que sólo conocían unos pocos y de la cual se decía que había sido la guarida de un poderoso mago muchos años atrás.
Durante un tiempo curaron mis heridas, me alimentaron, y me proporcionaron cobijo y calor, con lo que mi recuperación fue bastante rápida.
Fue entonces cuando en el fondo de la cueva, que poco a poco iba explorando con cuidado, encontré un enorme baúl lleno de libros escritos en todos los idiomas imaginables y con ellos unas gafas bastante viejas, que llevaban una inscripción en un idioma completamente desconocido para mi. Cogí uno de los libros, uno en cuya portada curiosamente había un dragón leyendo, lo hojee, pero al no entender lo que decía, lo solté en una mesa, y con cuidado las gafas también. Entonces de manera casual, mi vista se posó en las gafas y en lo que a través de ellas veía. No podía ser, aquellos signos que se me habían antojado tan extraños, me habían parecido letras que conocía, a través de aquellas lentes. Cogí las gafas y me las puse delante de los ojos, no podía creer lo que veía, todos los libros estaban escritos en mi lengua. Podía leer todo lo que miraba a través de las gafas, no importaba la lengua en que estuviera escrito. Las gafas eran unas gafas mágicas que habían pertenecido a un brujo poderosísimo, que muchísimos años atrás había vivido en nuestro país, y sobre el que había una leyenda que decía que hablaba todas las lenguas que existían. Y ahora, por capricho del destino, las gafas eran mías.
Así pues, mientras me recuperaba me dediqué a leer todos los libros que había en aquel enorme baúl, y que explicaban historias maravillosas. Algunas trataban de princesas y príncipes, otros de brujas y dragones, había historias sobre almas en pena que vagaban eternamente por el mundo, de gente caída en desgracia por su maldad, y otros que lograban la felicidad en recompensa a la bondad que mostraban, piratas en busca de tesoros famosos, amores imposibles, vampiros y otras criaturas de la noche, reyes que perdían sus reinos, y otros que los recuperaban ....
Cuando venían los hombres a traerme alimento y a curar mis heridas, yo me dedicaba a explicarle estas historias que aprendía, y no se aún si disfrutaban ellos más escuchándome o yo contándolas. Así seguimos durante un tiempo, en el cual entablamos una fuerte amistad, hasta que me recuperé y nos despedimos. Erlend, que así se llamaba su jefe, me dijo que echarían de menos mis cuentos y yo les prometí que cuando acabara mi misión y lográramos la paz, volvería para seguir explicando aquellas maravillosas historias a todo el que quisiera escucharme.
Después de aquello, volví con mi gente, que me daba por muerto. Se hizo una gran fiesta para celebrar mi retorno, y fue allí con todos los míos reunidos, que expliqué lo que me había pasado, de cómo había salvado la vida a Erlend, y cómo luego este me la salvó a mi. Expliqué cómo él y sus hombres habían cuidado de mi durante mi recuperación, y de cómo estaba en deuda con ellos, y nunca más lucharía en contra de los hombres, ya que los había valerosos y con honor y palabra, y que no todos eran malvados que querían nuestra destrucción. Y, al final, expliqué una historia sobre dos amigos enfrentados, que un día os explicaré.
Tras mis palabras, el consejo de los dragones se retiró a decidir que debían hacer, y después un interminable rato, salieron y nos comunicaron a todos, que valía la pena intentarlo, que acabarían la guerra contra los hombres.
Días después Erlend y sus hombres se reunieron con el consejo de dragones, y conmigo y firmaron la tan ansiada paz. La unión entre nuestros dos pueblos volvía a ser fuerte, como siempre debió ser.
Las celebraciones duraron varios días, en los cuales yo me dediqué a hacer aquello que tan bien había aprendido durante mi estancia en la cueva del brujo, explicaba las historias que había aprendido.
Y hoy, todavía sigo haciéndolo.
Soy Skargard, vuestro dragón cuenta cuentos.